Ningún libro se gesta solo. Todo acto de creación se yergue, sobre o en contra, de las obras que lo precedieron. Así mismo, un trabajo de publicación se gesta sobre todos aquellos que crearon, pero también sobre todos aquellos que hicieron posible la creación.
Descorrimos los cerrojos lentamente aun con la desconfianza de que el monstruoso bicho estuviera agazapado detrás de nuestras puertas, echamos un vistazo hacia los lados, buscando lo invisible hasta donde alcanzara la mirada, algunos con más fe que otros, los demás, con difidencia; dimos entonces los primeros pasos hacia la incertidumbre, con los tapabocas en los ojos, con la bondadosa ceguera del misterio sobre el templado tapiz de los miedos, así dimos los primeros pasos, pero al inicio, solo estaba el pasado con su virulenta carga y hacia él caminábamos...
Luego fue el viaje y con él, la suma de los pasos, de los sueños, de las inciertas certidumbres y los tímidos reencuentros, después estuvo el arte, salvándonos de nuevo con su fluir de aguas (las turbias y las transparentes), su ímpetu de fuego (el que arrasa y el que depura), con la locura del aire (la que condena y la que libera), y con la firmeza de la tierra (la del temblor y la del equilibrio). Así se inició este viaje, tal vez porque no había caminos, y debimos volver, de algún modo, a los inicios, por los senderos esenciales de nuestras búsquedas, caminando de nuevo hacia los elementos, quizás, hacia nosotros mismos.