Los demás elementos, cansados de tales opresiones, reunieron todas sus fuerzas y enviaron el fuego a las profundidades del mundo presente, enterrado y apresado bajo una pared de roca impenetrable. Por fin, sin el hambre insaciable de tal fuerza, los demás tuvieron espacio para darse y procrear vida.
Pasó el tiempo infinito y a medida que la superficie se volvía un lugar de oportunidad y se llenaba del destello del vuelo, el nado, el correteo, el respiro, bajo la coraza de piedra, prisión del algún día señor del mundo, las llamas reinaban insaciablemente, cada día más fuertes, más furiosas, más hambrientas, llenándose con el deseo de salir.