Enterrado vivo

de Isabella Álvarez Franco

Colegio Jefferson. Grado sexto.

Ilustración: Takeo Kanaseki Martínez. Grado sexto. Colegio Jefferson.

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La helada noche me abrazaba mientras corría por las frías calles de Radcliffe. El silencio era abrumador, únicamente interrumpido por el ruido sordo de mis pies descalzos golpeando la piedra.

Mi nombre es Thomas Ackroyd. Vivo en un inhóspito pueblo que jamás será hallado en los mapas. Aquella noche invernal corría junto a la desnudez de los árboles que me perforaban la espalda con su áspera mirada. Me pregunté si después de tantas noches de frío polar, aquellas tristes sombras no querrían irse. Pensé que tal vez por eso se ocultaban tras los árboles esperando deseosas un amanecer para irse y no regresar jamás. Suspiré. Ya era tarde así que apuré el paso.

Estaba tan ensimismado en mis pensamientos que tropecé y caí rodando por la rocosa y húmeda calle. Me detuve bruscamente al chocar contra el tronco de un árbol que me dejó sin aire. Luché por respirar y noté con alivio cómo el aire helado de la noche quemaba mis pulmones.

Me quedé tendido sin más compañía que mis jadeos y el latido de mi corazón.  Observé el cielo sin nubes ni estrellas. Me senté con dificultad mientras mis manos acariciaban el césped. Sentí que algo me quemaba el tobillo. Era insoportable. Bajé la mirada y alcancé a ver un destello carmesí junto a mi pie. Atada a mi tobillo había una delgada cuerda color ébano en la que estaba atada una pequeña punta de flecha color plata, con una inscripción en letras bordadas color escarlata. Sentía mi piel al rojo vivo y cada segundo sentía una nueva punzada de profundo dolor. Me agaché y traté de arrancarme el pequeño amuleto sin éxito. Me incorporé y a tientas busqué la pequeña navaja que llevaba en mi morral. Su hoja brillaba con el reflejo de la luna cuando la levanté para librarme por fin de aquel fósforo encendido. Corté la cuerda y levanté el pequeño objeto. Lo que antes me habían parecido letras eran ahora figuras y símbolos en espiral, color rojo sangre. Las figuras envolvían el amuleto dándole un aire aún más macabro y dominante. Me levanté con la cuerda color negro frente a mí. Me llamaba. Oía cómo pronunciaba mi nombre en un susurro casi inaudible. ¡No! ¡Eso era imposible! Tomé el collar y estuve a punto de lanzarlo hacia las profundidades del bosque cuando algo dentro de mí cambió. “No puedo lanzarlo, no puedo dejarlo. Lo llevaré conmigo. Seguro pagarán muy bien por un exótico y hermoso. Tan hermoso…” Mis manos comenzaron a acariciar la punta de flecha mientras mis ojos se deleitaban viendo su resplandor. Entonces pensé “tal vez sea prudente conservarlo hasta saber más de él, su historia, su origen. Sí, decidí. Lo llevaré conmigo hasta que averigüe de dónde salió. Luego lo venderé. Emprendí el sendero directo hacia el pueblo guiado por el resplandor de la luna. No llevaba más de una hora corriendo cuando me detuve de golpe en la cima de una colina. A mis pies, miles de luces titilaban constantemente al ritmo del fuego que bullía en cada chimenea y brillaban como millones de manos alzadas hacia mí, tratando de arrebatármelo.

-¡Es mío!, ¡Es mío! ¡No se lo llevarán!

Bajé corriendo la colina sin temor a caer pues sabía que me protegería.

Llegué a casa sin aliento y toqué tres veces la puerta. Papá abrió, parecía cansado. Sus ojos se abrieron de par en par al verme.

-Tommy, ¿Dónde has estado? -Me abrazó.

-Todo está bien papá. Yo…

-¡Tommy!-era mamá- Estás bien…-dijo con un suspiro de alivio.

-Ahora no, querida.-dijo papá- ¿No ves que nuestro hijo va a decirnos qué diablos ha estado haciendo todo el día? Vamos, Tommy, continúa.

-Yo…-Dudé. No podía decirles lo del amuleto. Al verlo ellos desearían poseerlo y me lo quitarían para siempre.

-¡Tommy! ¿Qué encontraste?”

¿Qué estaba pensando? Eran mis padres. Los miré a los ojos. Aquellos ojos expectantes que tantas veces antes me habían reconfortado y que ahora me miraban deseosos de conocer mi secreto.

-Encontré algo. Un objeto. Estaba en el bosque. Creo que es de plata. Creo que vale mucho. Podría ser la solución a nuestros problemas.- Me llevé la mano al bolsillo y con delicadeza saqué el pequeño amuleto. Lo levanté para que mis padres pudieran verlo. Noté como los ojos de mi padre se iluminaban. Extendió la mano para tomar el collar pero yo lo aparté rápidamente y lo volví a guardar.

-Mañana mismo lo llevaré al mercado-dijo papá entusiasmado.

-¡No!- grité. La mirada confundida de mi padre me hizo entrar en razón.- Debo, debemos averiguar más sobre él-. Papá aún me miraba con extrañeza. -Nos ayudará a definir si vale más de lo que creemos. Sacudí la cabeza frenéticamente -No cuesta menos.-dije- Algo así no puede costar menos. ¿Es que no lo ven? Es hermoso, tan hermoso. No creo que tenga precio. Tal vez debamos quedárnoslo -Sonreí. Papá me miró incrédulo. – ¿De qué hablas, Tommy? Hay que venderlo. Hemos vivido durante mucho tiempo en austeridad, ahora necesitamos el dinero y eso nos lo dará. “Eso” pensé furioso. ¿Eso?  Quería gritar pero me contuve.  Asentí.

-Tienes razón. Lo mejor será venderlo-. Me llevé la mano al bolsillo y a regañadientes lo dejé sobre la mesa. Papá sonrió.

-Ahora ve a dormir. Saldré mañana temprano y me llevaré el amuleto conmigo. Seguro querrás despedirte- bromeó papá. A mí no me hacía gracia. Me di la vuelta y subí las escaleras de dos en dos. Entré a mi cuarto, era una recámara sin más decoraciones que una mesa polvorienta con una lámpara llena de telarañas. Una pequeña cama gris ocupaba la mayor parte del cuarto. Me desvestí y metí entre las cobijas. No logré conciliar el sueño, no dejaba de pensar en la pequeña punta de flecha. De pronto oí una voz. Una voz melodiosa pero fría que decía:

-Me abandonaste

-No quise-contesté en un susurro.

-Me abandonaste. Me abandonaste. ¡Me abandoooonaaaaasteeeeeee!

The End

Gracias por leer mi escrito.