En todas las obras de Jorge Luis Borges, los elementos literarios son objetos con vida que se llevan a su máximo exponente para demostrarle al lector que pueden desencadenar una discusión poco cotidiana de carácter metafísico y filosófico. Lo anterior se ve reflejado directamente en los siguientes tres símbolos, vitales para Borges: el tiempo, actor que rige las obras como “El milagro secreto” donde se reviven cuestiones filosóficas clásicas. En segundo lugar, el doble, que Borges utiliza para plantear la existencia de diversas dimensiones en donde existe un doppelgänger de cada individuo. Y, por último, pero no menos importante, la realidad, la cual se trata generalmente con la idea de sueño-realidad, donde no existe una diferencia clara entre los anteriores conceptos.
El tiempo, ese pequeño sustantivo que nos acompaña a cada uno de los que vivimos, ha sido tema de discusión desde los antiguos griegos y que Borges retoma en diversos ensayos (Historia de la eternidad, Nueva refutación del tiempo) a su vez en cuentos (El milagro secreto, El jardín de los senderos que se bifurcan) y poemas (El Golem, La noche cíclica). En todas estas obras se presentan diferentes facetas del tiempo, de cómo fue y es concebido por los filósofos antiguos y contemporáneos. Una de las formas más características del tiempo en la narrativa del escritor argentino es la mirada platónica, en la cual se afirma (específicamente en el Timeo) que lo que llamamos “tiempo” es completamente circular, es decir, que todo siempre vuelve a suceder. El mejor ejemplo se encuentra en el poema “La noche cíclica” (El otro, el mismo), que como su nombre lo indica, es la reafirmación del ciclo que sufren todas las cosas. El poema comienza: “lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras: los astros y los hombres vuelven cíclicamente”, en este instante, se entiende de manera casi instantánea la influencia platónica. Luego sigue: “los átomos fatales repetirán la urgente Afrodita de oro, tebanos, las ágoras”, que se puede entender por la concepción de Nietzsche sobre el tiempo-espacio: en donde un conjunto finito de n cosas, tiene por obligación repetir la k combinaciones posibles. Sin embargo, es el final el que nos da la última pista: “[…] de un poema incesante: «Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras»”, es en este instante, donde entendemos que nos encontramos en un ciclo temporal eterno: “Yo suelo regresar eternamente al Eterno regreso”. (El tiempo circular, pág. 346).